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¿Quién prolongará sus días?
Un mensaje acerca de purificar la boca, los oídos, los ojos.

(Who Shall Prolong His Days?)
(A message about purifying the mouth, the ears, the eyes)


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Por David Wilkerson
11 de agosto de 2003
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Cuando el avivamiento irrumpió en Jerusalén, un ángel habló al apóstol Felipe. Él le dijo que fuera al desierto de Gaza, y allí Felipe encontró a un diplomático etíope sobre un carro. El hombre leía en voz alta el libro de Isaías. Así que Felipe le preguntó al oficial “¿Entiendes lo que lees?” (Hechos 8:30).

Aparentemente el diplomático estaba estancado en un pasaje que le confundió. El pasaje era Isaías 53:9-11: “Y se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca. Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada. Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho”

Hasta ese pasaje, el diplomático debe haberse estremecido al leer la profecía de Isaías. Describía a un hombre que regresaría de la muerte, enjugaría toda lágrima, y cargaría con el reproche de su pueblo. Él quitaría la oscuridad de los ciegos, sacaría a los presos de sus prisiones y libertaría a la gente de hoyos y calabozos. Finalmente, este hombre redimiría un pueblo para sí, llevándolo por un camino desconocido para ellos, y él sería un pacto para esas personas, llevándolos a fuentes de agua viva.

Según Isaías, este hombre que vendría tendría el gobierno sobre sus hombros, y él establecería un reino eterno, uno que nunca pasará. Reyes lo reverenciarían, y príncipes se levantarían a alabarlo. Él sería una luz a los gentiles, llevando salvación a todos los rincones de la tierra. Él sería un Salvador eterno.

Trata de imaginar la excitación del etíope cuando leía estas cosas maravillosas. Evidentemente, este diplomático estaba hambriento de Dios, o no habría estado leyendo las Escrituras. Y ahora la profecía de Isaías revelaba la venida de un rey eterno. Con toda esta revelación, el diplomático debe haber pensado: “¿Quién es este maravilloso hombre?”

Aún estaba leyendo acerca de la venida de este hombre en gloria y grandeza cuando tropezó con las confusas palabras de Isaías: “Su generación, ¿quién la contará? Porque fue quitado de la tierra de los vivientes” (53:8). “En su humillación no se le hizo justicia; Mas su generación, ¿quién la contará? Porque fue quitada de la tierra su vida.” (Hechos 8:33). Finalmente, el diplomático leyó un verso que pareció contradecir estas cosas: “verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada.” (Isaías 53:10).

Todo esto era tan desconcertante. El etíope se volvió a Felipe y preguntó; “¿Y cómo podré (entender), si alguno no me enseñare?” (Hechos 8:31). Aquí está lo que le turbó: “¿Cómo puede un hombre muerto ver a sus hijos? Y, ¿cómo puede prolongar sus días en la tierra? Isaías dice que este hombre será cortado, muerto y enterrado. ¿Cómo podría entonces llevar a cabo la voluntad de su Padre? ¿Cómo su generación sería contada en el mundo?”

Puede ser de ayuda preguntarnos por el significado de la frase; “Mas su generación, ¿quién la contará?” (Hechos 8:33). El sentido griego viene de una palabra raíz que significa “para llevar adelante un hecho.” En otras palabras: “¿Quién relatará plenamente a este hombre y todas sus acciones? ¿Quién mostrará al mundo todo lo que él era? ¿Quién guardará viva su memoria?”

En este punto, Felipe comenzó a abrir los ojos del etíope. Primero “…Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús.” (Hechos 8:33). Felipe explicó al diplomático: “El hombre que tu estás leyendo ya vino. Su nombre es Jesús de Nazaret, y él es el Mesías.”

Luego, Felipe explicó Isaías 53:11: “Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho.” Felipe dijo al diplomático, en esencia; “El padecimiento de Cristo fue la Crucifixión. Es allí donde fue cortado y sepultado. Pero el Padre le levantó de la muerte, y ahora él vive en gloria. Todo el que confiese su nombre y crea en él vendrá a ser su hijo. De hecho, la descendencia de Cristo vive en todas las naciones. Así es como su vida se prolonga, por medio del Espíritu Santo en sus hijos. Ahora tu puedes ser su hijo también.”

Que increíble noticia escuchó el etíope. No me asombra que él haya estado ansioso de saltar de su carro y ser bautizado. “Y respondiendo, dijo: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. Y mandó parar el carro; y descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó.” (Hechos 8:37-38).


La pregunta para nosotros es;
¿cómo se prolonga la vida de Cristo
en nuestra generación?


Yo tengo que preguntarme: “¿Qué hago yo para prolongar la vida de Cristo? ¿Es mi propia vida una completa expresión de quien es él? ¿Verdaderamente soy un canal por el cual fluye la vida de Jesús? ¿Mi caminar lo revela vivo y activo hoy?” Para responder estas preguntas, yo debo también preguntar: ¿he tomado en serio la profecía de Isaías 53? ¿Puedo decir honestamente que soy simiente de Cristo, y que él se satisface de lo que ve en mí?

Cuando hablamos sobre prolongar la vida de Cristo, nos referimos a que su vida fluya en nosotros. ¿Cómo mantenemos ese flujo, para que el testimonio de Jesús pueda extenderse a través de nosotros?

Considera Proverbios 4:23: “Con todo cuidado guarda tu corazón, por que de él salen los problemas de la vida” (original hebreo). Yo predico ampliamente acerca de la necesidad de orar, ayunar y estudiar las Escrituras. Yo también ruego a Dios por una profunda hambre de buscarle, un caminar íntimo con él, una mayor pasión por Jesús. Pero Proverbios nos dice que debemos contar con problemas más profundos que éstos. Este verso habla de los problemas del corazón, ocultos, cosas secretas que determinan el flujo de vida que sale de nosotros.

Jesús nos dice claramente que es lo que contamina a una persona: “…Oíd, y entended: No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al hombre.” (Mateo 15:10-11). ¿Cuáles son estos problemas del corazón? ¿Cuáles son las maneras en que se contamina nuestro hombre interior, y luego nuestro ser entero?

La Biblia señala tres problemas: una boca sucia, oídos sucios y ojos sucios. Como siervos del Señor, nosotros no podemos permitir que nada estorbe el flujo de la vida de Cristo en nosotros. Si yo soy su simiente – escogido para proclamar su generación, para canalizar su vida resucitada a través de mí caminar – entonces yo tengo que regir mi corazón y mis acciones por su Palabra, y si cualquier parte de mi hombre interior se ensucia – mi boca, oídos u ojos – mi vida exterior y mi testimonio serán truncados.


1. Una boca sucia


Una vez más, volvemos a Isaías 53 por un cuadro de quien es Cristo y aquello acerca de él. Este capítulo dice de él, “[Nunca] hubo engaño en su boca” (53:9).

¿Cómo podemos presentar a Cristo en este particular problema del corazón? La pregunta se ha expuesto en ambos testamentos. Santiago advierte a la Iglesia: “Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno” (Santiago 3:6).

Leemos una advertencia similar en Isaías: “Entonces invocarás, y te oirá Jehová; clamarás, y dirá él: Heme aquí. Si quitares de en medio de ti el yugo, el dedo amenazador, y el hablar vanidad” (58:9). El sentido hebreo de vanidad aquí significa rudeza, irreverencia, falta de respeto.

Isaías está haciendo una declaración asombrosa. La misma razón por la cual oramos, ayunamos y estudiamos la Palabra de Dios es para ser oídos en los cielos. Pero el Señor añade un gran “sí” a esto. Él declara: “Si tu quieres que yo te oiga en los cielos, entonces tendrás que mirar a tus problemas del corazón. Si, yo te oiré – si tú dejas de apuntar tu dedo a otros, si tú dejas de hablar irrespetuosamente sobre ellos."

Es un gran pecado a los ojos de Dios que nosotros hablemos empañando la reputación de alguien. Proverbios nos dice: “De más estima es el buen nombre que las muchas riquezas, y la buena fama más que la plata y el oro.” (22:1). Una buena reputación es un tesoro que se construye cuidadosamente a través del tiempo. Aun así, yo puedo destruir rápidamente el tesoro de alguien por una simple palabra difamatoria de mi boca.

Ahora, nosotros no nos atreveríamos a robar a alguien su reloj de oro o su cuenta en el banco. Dios declara explícitamente que calumniar el nombre de alguien es un robo del peor tipo. Y nosotros podemos hacerlo en la forma más sutil: apuntando un dedo acusador, cuestionando su carácter, pasando pequeños chismes. De hecho, tres de las palabras más dañinas que podemos pronunciar son: “¿Has oído esto?…” Nada más que la sugerencia de la pregunta roba a una persona de algo valioso, y contamina nuestra propia boca.

Muchos en la casa de Dios han tomado su Palabra livianamente en este asunto. El Salmo 50 enumera tanto el pecado de contaminar la boca como sus consecuencias.

“Tu boca metías en mal, y tu lengua componía engaño. Tomabas asiento, y hablabas contra tu hermano; contra el hijo de tu madre ponías infamia. Estas cosas hiciste, y yo he callado; pensabas que de cierto sería yo como tú; pero te reprenderé, y las pondré delante de tus ojos. Entended ahora esto, los que os olvidáis de Dios, no sea que os despedace, y no haya quien os libre. El que sacrifica alabanza me honrará; y al que ordenare su camino, le mostraré la salvación de Dios.” (Salmo 50:19-23).

Pero, ¿por qué lo hacemos? ¿Porque no tenemos temor y reverencia a la Palabra de Dios en este asunto? ¿Por qué hablamos tan fácilmente de otros con palabras vanas? ¿Por qué continuamos usando las palabras descuidadamente, con una lengua desenfrenada? Este Salmo nos dice por que: “Pensabas de cierto que yo sería como tú.”

En palabras sencillas, pensamos que Dios es como nosotros. Nosotros torcemos y acomodamos su Palabra para reflejar nuestra tendencia a juzgar a la persona de afuera, e ignoramos el modo en que Dios considera los problemas ocultos y profundos del corazón de una persona.

Ahora el Señor nos está diciendo, aquí en el Salmo 50: “yo voy a reprobarte, porque yo quiero que tú pongas este asunto en orden. Tu debes ver la contaminación de la manera en que yo la veo: como maligna y perversa, un serio peligro para tu alma.”

Como ministro del Señor, yo quiero que la vida de Cristo fluya de mi predicación, y como esposo, padre y abuelo, quiero que ella fluya de mí libremente a mi familia. Por lo tanto, la fuente de la vida de Cristo en mi no puede estar contaminada. Yo no puedo permitir veneno en la fuente, o que alguna barricada vaya a impedir su libre flujo en mí.

Pero yo debo hacer una decisión conciente de mi parte. Yo tengo que clamar al Espíritu Santo continuamente: “Señor, convénceme de mi culpa cada vez que me manche”. David hizo este tipo de decisión. Él escribió: “He resuelto que mi boca no haga trasgresión” (Salmo 17:3). “Pon guarda a mi boca, oh Jehová; Guarda la puerta de mis labios.” (141:3).

Tu puedes admirarte, “¿Es realmente posible controlar la lengua, proponerse a no pecar con la boca?” David responde con este testimonio: “Yo dije: Atenderé a mis caminos, para no pecar con mi lengua; guardaré mi boca con freno, en tanto que el impío esté delante de mí.” (39:1). Él está diciendo, en esencia: “Cada vez que monto un caballo, debo ponerle rienda en su boca, y tan ciertamente como lo hago con mi caballo, tengo que hacerlo con mi lengua.”


2. Oídos Sucios


¿Como proclamo la generación de Jesús en cuanto a este tema? ¿Cómo prolongo su vida cuando se trata de guardar mis oídos de contaminación?

Nuevamente, Isaías habla del ejemplo de Cristo: “Jehová el Señor me dio lengua de sabios, para saber hablar palabras al cansado; despertará mañana tras mañana, despertará mi oído para que oiga como los sabios. Jehová el Señor me abrió el oído, y yo no fui rebelde, ni me volví atrás” (Isaías 50:4-5).

Note es último versículo: Jesús era despertado todas las mañanas por el Espíritu Santo, y el Espíritu armonizaba su oído para escuchar la Palabra de su Padre. Cuando Cristo testifica, “Yo no fui rebelde ni me volví atrás,” él está diciendo, “Cuando estuve en la tierra, yo fui enseñado en que debía decir, hacer y escuchar, y yo nunca lo rechacé” Según Pablo, Jesús aprendió obediencia a través de sus sufrimientos. Ahora Cristo está diciendo: “Cualquier cosa que el Padre me dijo que hiciera, yo la asumí. Yo recibí su Palabra, sin importar las consecuencias.”

Amado, yo necesito este tipo de despertar espiritual cada día. Yo tengo que tener un recordatorio del Espíritu Santo, “David, cierra tus oídos a toda calumnia, chisme y suciedad. Guárdate de ser contaminado.”

Los propios discípulos de Jesús tenían los oídos contaminados. En una ocasión, él les dijo: “Haced que os penetren bien en los oídos estas palabras; porque acontecerá que el Hijo del Hombre será entregado en manos de hombres.” (Lucas 9:44). Él les estaba diciendo, en otras palabras, “Pongan mucha atención, porque les voy a dar una revelación importante. Yo voy a ser crucificado. Ahora, que esto penetre profundo en sus oídos. Es algo que ustedes necesitan saber.

Jesús nunca había sido tan enfático con sus discípulos. Él nunca les había dicho. “Que estas palabras penetren en ustedes. Si han oído alguna vez lo que he dicho, escuchen ahora.” ¿Cómo reaccionaron a esto? Las Escrituras dicen: “Ellos no entendían estas palabras” (9:45). ¿Por qué no pudieron oír lo que su maestro les decía? Sus oídos habían sido manchados por el interés personal. Inmediatamente leemos: “Entonces entraron en discusión sobre quién de ellos sería el mayor.” (9:46).

Aquí está una prueba positiva de que los oídos manchados no pueden recibir las revelaciones profundas de la Palabra de Dios. Estos hombres no podían oír la voz de Jesús, aunque él estaba de pie frente a ellos en carne, hablándoles en forma sencilla. En cambio, las Escrituras dicen: “pues les estaban veladas para que no las entendiesen” (9:45). Yo tengo que preguntarme: ¿Los discípulos habrían enfrentado la experiencia de la crucifixión en forma diferente si ellos hubieran sido capaces de oír a Jesús? ¿Habrían corrido como lo hicieron? ¿O hubieran reaccionado diferente?

La verdad es que cualquiera que se ha abocado a sus propios intereses no puede ver este hecho en él mismo. Y si lo hiciera, él no lo admitiría. Esta es la razón por la cual los discípulos no podían escuchar lo que Jesús les estaba diciendo. Ellos estaban tan centrados en sí mismos, tan envueltos en la jactancia, que ellos no pudieron oír la voz de Cristo, ni la de ninguna persona piadosa.

Yo no comprendía cuan culpable era de este horrible pecado hasta mi reciente viaje de predicación a las islas Británicas. Mi hijo, Gary y yo fuimos invitados por un pastor a predicar en un evento. Él preguntó cortésmente como iban nuestras reuniones. Cuando traté de responder, sin embargo, él me interrumpió para hablarme sobre su propia predicación. Esto pasó varias veces. Cada vez, él era “uno superior” a mi, con historias de tener multitudes más grandes y visitar más países que yo.

Finalmente, yo estaba tan disgustado, que simplemente guardé silencio y le permití hablar. En cierto punto, yo miré a Gary y puse los ojos en blanco. Pensé: “Que jactancioso. Este predicador es un hablador sin paradas.”

Entonces sentí el suave codazo del Espíritu Santo. Él me susurró. “Piensa por que estás disgustado, David. Es por que este hombre no te está escuchando. Tú querías ser el que hablara, y ahora que estás oyendo sus historias, quieres jactarte de tu ministerio. Tu puedes haber dejado de hablar, pero tienes un espíritu de jactancia en tu corazón.”

Lo que es más, yo había ensuciado mi boca. Debes notar que yo no había dicho nada terrible sobre este hombre. De hecho, yo no había dicho ni una palabra sobre él. Así, con apenas haber hecho rodar mis ojos, yo lo había calumniado con mi hijo.

Yo puedo hablar sobre santidad, yo puedo exponer los pecados de la sociedad, puedo predicar sobre la victoria del Nuevo Pacto. Pero si yo permito que mis oídos se ensucien – si le cierro la puerta a otra persona al enfocarme en mis propios intereses, si no puedo escucharle con respeto – entonces la vida de Cristo no es prolongada en mí. Yo ya no estoy llevando una vida que satisface a mi Señor, y no estoy produciendo el fruto de su aflicción.


3. Ojos Sucios


Nuevamente volvemos a la profecía de Isaías acerca de Cristo. Y este pasaje revela que Jesús tuvo ojos puros, incontaminados: “(Dios)…le hará entender diligente en el temor de Jehová. No juzgará según la vista de sus ojos, ni argüirá por lo que oigan sus oídos” (Isaías 11:3). La traducción literal aquí es: “Él no juzgará de acuerdo a la apariencia frente a sus ojos; ni reprobará de acuerdo a lo que le informen en sus oídos” En resumen, Cristo no juzgara a una persona solo mirándola o escuchando lo que dicen de ella.

Amado, Dios está llegando al corazón del asunto aquí. Por supuesto, sabemos que la pornografía contamina los ojos, como muchas películas y espectáculos de TV. De hecho, podemos hacer un catálogo completo de cosas que manchan los ojos. Pero hay un problema mas oculto y profundo, y es el “juicio mental.”

Yo te pregunto, ¿por que nosotros no consideramos que cuando juzgamos mentalmente a otros, es un serio pecado? Frecuentemente cuando conocemos a alguien, inmediatamente lo “medimos”. Después de unas pocas miradas y un breve intercambio de palabras, pensamos que podemos medir a esa persona con precisión, e inmediatamente juzgamos su carácter por lo poco que hemos visto y oído.

No puedo decirte cuan a menudo he hecho esto a personas. Yo me encuentro con alguien y pienso: “Mi espíritu no me da buen testimonio de esta persona. Él no puede mirarme a los ojos. Yo no puedo poner mi dedo sobre esto, pero algo no está bien con él.” Y yo confío en mis juicios internos como si fueran infalibles.

Peor, nuestros juicios rápidos de la gente son a menudo contaminados por informaciones malas de otros. Una palabra irrespetuosa se siembra en nuestras mentes, y da color a todo lo que pensamos acerca de alguien incluso que no hemos conocido todavía. Entonces, cuando estamos en la presencia de esa persona, la horrible palabra que oímos viene rápidamente a nuestra mente; y nosotros lo “medimos” según lo que nos dijeron.

Durante mi viaje a Gran Bretaña, un pastor bien intencionado me tomó a un lado y me susurró: “Usted va a conocer a un hombre muy rico en el próximo servicio. Yo tengo que advertírselo, él piensa que la iglesia le pertenece porque ha dado mucho dinero. Como resultado, él ha ahuyentado a muchas buenas personas.”

Yo permití ser contaminado por estas palabras. Y cuando conocí al hombre adinerado, apenas le di importancia. Yo no le di ni una oportunidad, porque ya lo había juzgado por lo que había oído.

Yo me arrepentí de eso. Pero a través de los años, he sido culpable de ese mismo pecado, una y otra vez. Yo he juzgado secretamente a miles de hombres y mujeres por rápidas opiniones mentales que forme de ellos inmediatamente. En momentos, me he negado o incluso he roto el compañerismo con personas por juicios rápidos.

Yo juzgué a un ministro de esta manera cuando estaba en Gran Bretaña. Justo cuando la adoración había comenzado la reunión, el pastor saltó de su asiento y corrió por el pasillo, regocijándose. Mi primer pensamiento fue: “Ese hombre está haciendo un espectáculo. Él está actuando en la carne.” Entonces el asociado del ministro se inclinó y me susurró: “Pastor David, ¿sabe usted por qué él hace eso? Es porque él tiene una conciencia clara, es un hombre feliz.”

Yo había dejado que mi visión literal, impidiera mi visión espiritual. Y eso ensució mis ojos. Jesús advierte de este mismo pecado: “No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio.” (Juan 7:24).

Recientemente me encontré con un ministro que conozco hace varios años. Cada vez que lo encontraba en el pasado, yo me desahogaba después con mi esposa: “Ese hombre es tan superficial, mostrando semejante jactancia. Yo no se como Dios podría bendecirlo.” Entonces me encontré con este mismo hombre después que el Espíritu Santo había tratado conmigo acerca del juzgar mentalmente a otros. Esta vez, el Espíritu me dijo: “Ámalo. Escúchalo y luego ora con él.”

Yo obedecí. Amé al hombre; escuché su conversación, y luego tomé su mano y oramos. En cuanto tomamos nuestro propio camino, me pasó algo extraño: Yo estaba herido con pesar. Un terror barrió sobre mí – el terror de lo que le había hecho a este hombre durante años. Yo vi la excesiva maldad de mi sucio pecado.

David exhorta: “Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, Oh Jehová, roca mía, y redentor mío” (Salmo 19:14). El apóstol Pablo agrega esta perspectiva: “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.”

Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios” (Efesios 4:31-32, 29-30).

Amado santo, no hay una persona leyendo este mensaje que sea tan santa para tomarlo en consideración y hacer un cambio. Por mi parte, yo siento el pesar de Dios sobre todas las veces que he juzgado mal a la gente a través de los años, a sabiendas o sin saberlo. Yo te insisto que clames como mi corazón lo hace:

“Oh, Señor, ¿Por qué yo no estuve preparado para oír esto antes? ¿Por qué no he tratado con esto antes? Yo quiero proclamar tu evangelio, manifestar tu generación. Por favor Señor, perdóname. Limpia mi boca contaminada, mis oídos contaminados, mis ojos contaminados, y dame un corazón renovado. Yo quiero que nada impida que mi vida sea una completa manifestación de quien tú eres.”

Que el Señor oiga nuestro clamor y se mueva rápidamente a renovarnos. Él nos dará fuerzas para poner a un lado todo mal hablar, mal oír y juzgar mentalmente. Entonces estaremos más capacitados para prolongar los días de nuestro Señor.

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